Nacimiento de una Vasija

Nací de una pella de barro rojo de Agost. Un pueblecito de tradición alfarero en la provincia de Alicante.




Una mañana de otoño un joven fue a Agost para comprar barro rojo que le había encargado su Maestro de cerámica. Era un nuevo alumno que iniciaba el curso de esta especialidad en una escuela de arte.
Muy contento compró el barro y una espátula para modelarlo. Se fue raudo y veloz al taller donde recibiría por primera vez las clases para manipular el barro.
El Maestro reunió a todos los alumnos que ese año iniciaban esta andadura y les explicó cómo realizar una vasija prehistórica de pequeñas dimensiones. Todos muy atentos y entusiasmados escuchaban las explicaciones a la vez que veían cómo el Maestro amasaba una pequeña cantidad de barro para después, con la ayuda de un rodillo, extenderlo sobre una mesa de trabajo. Muy hábilmente, debido a su experiencia recortó una pieza de barro redonda del tamaño del culo de un vaso, que era la base para iniciar el proceso de construcción de esta vasija.
Posteriormente hizo unas hendiduras en la base redonda y le aplicó un liquido un poco espeso que se llama barbotina. Los alumnos no sabían que era eso y les comentó que era para fijar el primer churro de barro ( técnica del colombin) que se coloca sobre la base.
A continuación con sus manos expertas corto un trocito de barro de la pella madre y lo hizo rodar sobre la superficie de la mesa hasta que consiguió hacerlo rodar sobre la superficie de la mesa de trabajo. Con mucho cuidado y esmero fue colocando el churro de barro sobre la base circular y según lo iba colocando con sus dedos lo iba fijando a la base, era un trabajo delicado al ser una vasija pequeña, por dentro y por fuera de la vasija presiono el churro hasta que consiguió dejarlo bien fijado.


El Maestro les comentó si se habían dado cuenta de cómo a la vez que colocaba el churro lo iba fijando a la base, a lo que todos comentaron que sí pero que les parecía muy difícil ya que nunca habían trabajado el barro.
A continuación colocó el segundo churro y les comentó que a la vez que lo colocaba iba sacando la pared de la vasija hacia afuera para que fuese cogiendo forma. Todo parecía muy fácil para unas manos expertas, pero no para unos novatos. Después de este churro siguieron otros hasta que la pequeña vasija alcanzó la altura adecuada y empezó a estrecharse para levantar un cuello y abrirlo suavemente de nuevo.
Fue impresionante ver cómo en tan poco tiempo las manos expertas levantaron sin problemas una vasija de cerámica prehistórica.
Recibida la primera lección todos los alumnos empezaron a construir su vasija.
En principio todo eran expectativas a cerca de cómo les quedaría su vasija,
Cada alumno cogió su pella de barro rojo y separó un trozo. Sobre una mesa de trabajo se pusieron a amasar el barro como les había indicado su Maestro.
Las manos que amasaban el barro que me dio vida eran unas manos ingenuas e inexpertas, pero con ternura y sensibilidad. Yo notaba cómo al doblar el barro y volverlo a amasar las manos me hablaban, con su tacto, su delicadeza y la ternura con la que me acariciaban. Yo intuía que seriamos compañeros de un agradable viaje.
Una vez que las manos terminaron el trabajo de amasar pasaron a la acción.
Cortaron una pequeña porción de barro y con un rodillo sobre una mesa lo hicieron rodar hasta que quedó totalmente extendido. Con mucho miedo y sin experiencia las manos del novato cortaron con un palillo una base redonda, que por cierto no quedó muy bien y hubo que repetir la operación en varias ocasiones hasta que ya una quedó bien redondeada.
La base redonda tenía un grosor de aproximadamente un centímetro. Ahora llega el momento difícil, montar los churros de barro sobre la base. El alumno novato, pero aplicado, recordó que lo primero que hay que hacer es realizar unas pequeñas hendiduras en la base y untarle barbotina para que el primer churro se fije con fuerza. Las manos que me daban vida eran tan torpes que no acertaban a colocar el churro como debían. Ante esta situación el alumno llamaba al Maestro para que le ayudara en los primeros pasos de la construcción de la vasija. El Maestro ayudaba y hacía hincapié en cómo se tenía que hacer. Las manos del novato seguían trabajando, pero no sabían y volvían a fallar una y otra vez.
Viendo que en sus primeros intentos no conseguía levantar un mínimo la pared de la vasija decidió empezar de nuevo otra.
A continuación Volvió a cortar una base redonda y con lo que había aprendido de los errores que había cometido empezó de nuevo a construir la vasija. Aplicó de nuevo la barbotina y a continuación amasó el primer churro y lo colocó con suavidad y cuidado para no estropear la base. Según lo iba fijando a la base con sus dedos lo iba apretando suavemente por dentro y por fuera de la incipiente vasija.
El novato llama enseguida al Maestro para que dé su visto bueno al primer churro colocado. El maestro da su toque personal al churro puesto por el novato, suavemente lo extiende con suavidad y felicita al alumno dándole ánimo para que empiece a colocar el siguiente.
El segundo churro debe empezar a abrirse hacia afuera con lo que el novato se pelea con el barro pero con cuidado y con paciencia consigue un resultado aceptable, con lo que él mismo se anima a continuar.
Ha llegado la hora de marcharse ya que las horas dedicadas al taller han finalizado. El Maestro dice que guarden el trabajo realizado en bolsas de plástico para que el barro no se seque y puedan continuar al día siguiente.
Ha sido toda una experiencia de los sentidos (el tacto, el frío del barro, su textura, su olor y su color).
De nuevo vuelven al taller trascurridos unos días y cada alumno coge su incipiente vasija de barro para seguir su tarea.
Observo que las manos que me modelan están preparadas para continuar con su obra, empiezan a amasar mas barro y una vez éste ha adquirido una elasticidad adecuada el alumno vuelve a su mesa para proseguir levantando su pequeña pieza. Extiende sobre la superficie de la mesa un poco de barro y lo hace rodar hasta que consigue un churro de barro, después lo coge con sus manos y antes de colocarlo sobre la vasija recuerda que debe untar el ultimo churro puesto con barbotina para que al colocar el siguiente se fije bien al ultimo colocado. Acto seguido, coge la barbotina y con una brochita unta todo el canto de la incipiente vasija y a continuación coloca el churro y según lo va colocando encima con sus dedos lo extiende por dentro y después por fuera para que forme una superficie con el anterior.
En seguida llama al Maestro para que supervise su estructura. a lo que el Maestro acude y le regaña por que no estaba del todo bien y éste con cuidado, lo estira mejor y le va dando la forma adecuada para que el novato siga y de paso le echa una pequeña regañina con intención de que se esmere un poco mas, pero sin mala intención.
Siguen las manos haciendo sus churros y colocándolos sobre la media vasija y parece que la cosa empieza a ir mejor. Pero cuando llega a un pequeño grado de dificultad de nuevo se llama al Maestro que se acerca para interesarse por las dudas que le surgen al alumno. Este le comenta que ha llegado a un punto un poco difícil para él, ya que debe cerrar el cuello de la vasija y le resulta difícil. El Maestro, con buen talante ayuda a cerrar el cuello y después abrirlo. La vasija ya está casi llegando a su final, pero queda colocar un churro de barro mas.
Se amasa de nuevo el último churro de barro y empiezo a notar que las manos manejan mejor el barro y noto cómo ha adquirido un poco más de habilidad a la hora de colocar el churro. Lo termina de colocar y a continuación lo extiende para que se fije. Parece que se ha terminado de construir la pequeña vasija que aunque no tiene una forma perfecta ha quedado muy aceptable.
De nuevo se acerca el Maestro para ver el final de la obra y comenta que hay que rebajar un poco la pared de la vasija porque en algunas zonas se observa que hay volumen excesivo, con lo que coge una espátula y apretando suavemente contra la pared empieza a limar los volúmenes.
¡ Mira ! pues ahora tu debes hacer lo mismo hasta que quede mas uniforme. El novato coge la espátula y aprieta con suavidad sobre las paredes de la pequeña vasija y raspando donde hay mas cantidad de barro consigue rebajarlo, con lo que la vasija tiene ya una forma más adecuada.
Casi todos los novatos han terminado o están terminado su vasija.
El Maestro al principio del curso recomendó llevar cantos rodados. Ahora es el momento de utilizarlos. Con uno de ellos tienen que frotar sobre la vasija de barro. Esto se hace para que el barro se compacte y se cierren los poros, para que cuando se cueza en el horno no se agriete.
Ya soy una vasija o al menos eso parezco. He quedado contenta con mi forma que aunque no es perfecta he sido creada con suma ternura, sensibilidad y esmero.
El Maestro dice que es hora de decorar la vasija para que finalice su proceso. Entonces con unas conchas marinas estriadas, (decoración cardial) se presiona sobre el barro de la vasija y quedan unos surcos muy sugerentes que le dan un aspecto elegante. Con un palillo de los de insertar los pinchos morunos, con el extremo romo se realizan unas incisiones alrededor, por la parte más ancha, dando una decoración prehistórica increíblemente bella.
Ahora esperamos todas mis compañeras y yo a que un día se encienda el horno y nos cuezan una primera vez a 1000 grados centígrados.
Los alumnos siguen trabajando en nuevas iniciativas con el barro y aprendiendo nuevas formas. Se acaba de nuevo la clase y se van muy contentos de ver sus resultados. Se vuelve a cubrir con plástico las vasijas acabadas para que no se sequen, hasta la próxima clase.
Pasados unos días vuelven al taller, para continuar con sus tareas y colocan las vasijas a las puertas del horno, lo que significa que pronto van a ser cocidas. A la vuelta de un fin de semana, se encuentran, con que las vasijas han sido cocidas. A esta primera cocción se le llama bizcochada.
Durante unos días las vasijas quedan descansando sobre una estantería. Porque quieren experimentar una técnica de cocción para que adquieran un color oscuro.
Pasada una semana el Maestro prepara un horno artesanal (de serrín), consiste en un bidón de lata que tiene varias perforaciones alrededor, para que el fuego que se produzca en su interior se oxigene.
El Maestro convoca a todos los alumnos para que observen el proceso de cocción para ennegrecer las vasijas. Lo primero que se hace es introducir combustible dentro del bidón, en la parte onda se introduce serrín y virutas de madera, cuando ya se ha hecho una cama, se colocan unas pocas vasijas a las que previamente se les ha introducido serrín, para que absorban mejor el calor. A continuación se introduce más combustible, en este caso ramas de olivo, hojas secas y algunas piñas, para introducir otra tanda de vasijas, que en su interior contienen mas serrín. Para finalizar el proceso, se pone en cima más combustible y el resto de leña que se había adquirido para esta cocción de unos 300 grados centígrados. A continuación se prende fuego al horno de serrín y una vez que la llama ha prendido, se tapa con una baldosa, para que no se pierda el calor y por tanto, el combustible se consuma lentamente. Es ya la hora de marcharse y todos los alumnos se van a casa, pero antes les dice el Maestro: el horno estará cuarenta y ocho horas encendido. Todos se despiden hasta el próximo día.
Han pasado los días y es hora de abrir el horno. Nerviosos y expectantes empiezan a sacar las pequeñas vasijas. Parece que no han quedado como se esperaban, pero tienen un toque negro, que les da un valor añadido. La sorpresa se produce cuando una vasija sale dañada mas concretamente se ha agrietado.
La vasija agrietada soy yo, la que cuenta esta historia. Pero sé, que las manos que me han construido son unas manos inexpertas, pero a su vez delicadas, con mucha ternura, y sensibilidad. Ha sido para mi una grata experiencia, compartir estos momentos con manos que aprecian el barro y las maravillas que se puede hacer con él. Seguro que este novato tendrá más éxito en sus siguientes trabajos.
De nuevo reconozco las manos que me ha dado vida. Me cogen con mucho cuidado, me miran y me hablan, con su tacto se lo que me dicen y me emociona.
El Maestro comenta a los novatos, que cojan un trapo limpio y apliquen un poco de cera a las vasijas y las dejen secar unos minutos. Mas tarde frotan las vasijas para sacarles brillo.
Ahora parece que el proceso ha finalizado.
Solo falta esperar, para sacarles unas fotografías a todas. Después cada alumno se llevará su pieza, para guardarla de recuerdo.
Yo, la vasija, os aseguro que merece la pena vivir esta experiencia y disfrutar de momentos inolvidables entre las manos y el barro.



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